Soy hija única. En mi casa, desde pequeña, siempre tuve la suerte de poder disfrutar de un lugar de quietud y silencio: mi habitación. Vivimos en diferentes lugares, primero en la ciudad y después en el campo. Al sonido del subir y bajar de escaleras, a los sonajeros de llaves encandilando las cerraduras de aquellos seres llamados vecinos, al desorden de los niños jugando en un barrio-aún más desordenado-, a los conductores en la carretera, quemando parte de combustible y parte de vida, a las madres gritando a sus hijos por la ventana que subieran a cenar en las noches de verano, le siguieron el arar de los tractores, las ramas de los chopos cimbreando sobre algún atardecer, el persistente y tenaz viento sur silbando por los cuatro costados, los ladridos de los perros, las encrucijadas gatunas nocturnas y la verticalidad de la lluvia encarándose a la buhardilla. Claro que sí, había muchos más ruidos: el ruido del miedo, el de la incertidumbre, el ruido de las decisiones mal tomadas o incluso el ruido que produce el silencio, cuando este se prolonga. Pero todo aquello solía quedar al margen, porque en mi habitación, en la suerte de mi habitación, las paredes estaban blindadas, el ruido podía asomarse pero nunca entraba.
¿Te gustaría tener un hermanito para jugar?- me preguntaban.
No. No lo necesito. Me gusta jugar sola. Y lo cierto es que era verdad. Disfrutaba enormemente de la soledad, de las historias que se hilvanaban en mi imaginación, del tiempo tan largo del que se formaban las tardes, y de los espacios de la casa que iba conquistando, dotándolos de ese silencio sepulcral. No siempre he logrado, con los años, mantener el sosiego que me proporcionaban aquellas cuatro paredes, tan ajenas al resto del mundo: indefenso -y vulnerable-.
Con el paso de los años, el ruido, que parecía inofensivo, comenzó a asomarse a la puerta, con cautela. Poco a poco, y con mucho ahínco, fue ganando mi confianza. La puerta se quedaba entreabierta y, sin darme ni siquiera cuenta, un día, había entrado dentro. El ruido altera, ensucia, despista y desorienta. Pero no lo hace de forma inmediata. Tiene la suficiente paciencia para instalarse sigilosamente, y para hacerse un hueco, poco a poco.
Son muchos los lugares en los que he vivido y por los que he pasado en todos estos años. Las casas y habitaciones compartidas, el oxígeno-también compartido-, los silencios compartidos. No siempre ha sido fácil ni sencillo vivir de nuevo en una habitación blindada. No siempre me he dado cuenta de que estaba dejando la puerta entreabierta. Sin embargo, siempre ha habido una forma de montar de nuevo esas cuatro paredes, ese escenario robusto, una manera de desplegar y plegar mi habitación blindada de nuevo: la escritura. Ese lugar hermético donde el ruido se queda fuera. Donde el ruido se transforma. Donde soy niña, y adulta, y adolescente, y señora. Donde el tiempo sigue su propio camino. Donde el alboroto y el desorden se convierten en otra cosa. Y esto solo puede ocurrir en un lugar como este: sosegado, separado, aislado. Desde mi escritorio. A tu buzón.
Sin ruido que nos moleste ni redes que nos ensucien.
Como en los viejos tiempos.
Como en aquellos tiempos.
Me ha encantado! Totalmente identificada :)
Increíblemente precioso y transmite , esto último es lo más difícil de conseguir y leyendote lo consigues 😘